19

Alma y Dios

El alma es la vida.  El alma humana es la vida psíquica humana. Toda vida proviene de Dios y le pertenece a Dios.  Toda vida debe vivirse para Dios.  Se vive para que Dios se agrade en la vida vivida para Él.  Toda vida que no sirve para Él, peca y morirá; descubrirá su contingencia.  Pero aquella vida que es redimida, es decir, comprada para vivir de nuevo para Dios, Dios la preservará para sí.  Todas las energías de la vida fueron dadas por Dios para ser vividas delante de Él y para Él.  Vivir para Dios es el deber de la vida.  Es este el propósito que le ha sido dado y que ella misma no sublima sino que descubre ya sublime para ella.  “El alma que pecare, esa morirá”.[1]  Pero Dios preservará para vida eterna al alma que viva para Él.  Por la obediencia a la verdad se purifica el alma.  La verdad es la revelación de Dios.  Jesús Cristo es la verdad.


Dios quiere que seamos felices para Él; no solamente felices, sino felices para Él; y esa es la felicidad eterna.  El alma que no vive para Dios no puede ser verdaderamente feliz, porque la felicidad consiste en vivir para Dios, porque Dios es la meta y el sustento de toda felicidad; y la felicidad es testimonio de Dios.  Debemos buscar ser felices en Dios y para Dios, y no sólo meramente felices.  Tal es la gloria de la Deidad que sólo puede producir felicidad en aquellos que viven para Él.  El sentido eterno es Dios mismo como la esencia de la felicidad.  Y el sentido eterno no se halla en la vida en sí, sino en Dios, que es la meta y el sustento de la vida.  El Dios eterno le da sentido eterno a la vida que se vive para Él, haciéndola feliz para Él, debido a Su carácter.  El sentido eterno se satisface en Dios.  Sólo Dios tiene tal gloria para satisfacer un sentido eterno.  Dios destruirá toda vida que no viva para Él.  He allí la condenación del lago de fuego y azufre, que es la muerte segunda.[2]

 

20

De la psique


La psiquis no es independiente ni autosuficiente.  Las necesidades del «ello» tienden un puente hacia realidades ajenas a su misma existencia.  Igualmente el «yo» se abre a la realidad de la relación sociable.  El «superyo» se apoya en la realidad de lo que representa. La interrelación «ello-yo-superyo» no puede ser jamás un círculo dinámico aislado, ni la dinámica de su estructura, autosuficiente. A cada estadio corresponde una realidad externa a sí mismo.  El concepto de sublimación es insuficiente.  Existe sí una utilización de la energía psíquica puesta al servicio de la realidad externa; pero nunca tal realidad externa será una mera transformación de la energía psíquica puesta a su servicio en la comunicación.  La comunión de la energía del sujeto con la energía del objeto complementario es la participación dentro de la realidad.  La satisfacción de las necesidades, ya sean instintivas, de autoconservación, placer, comunicación, reproducción, morales y religiosas, etc., solamen­te se realiza válidamente con el real objeto complementario de energía externa: comida, sexo, amistad, espíritus o Dios, etc.  La mera representación de estas cosas hecha con la energía del sujeto, no provee suficientemente para la necesidad real; necesidad que llega a ser el lenguaje de la acomodación de la estructura humana a toda la realidad de su contexto.

El mito no es, pues, solamente un símbolo de la libido, sino una interpretación, errónea o no, de la realidad exterior e interior dentro de cuyo contexto la libido misma es apenas un elemento más que también necesita acomodarse; de ahí su analogía a todo el proceso de la marcha de la realidad.  La historia real, aparte de la libido, tiene su aporte abundante en la formación del mito.  La libido participa del mito por cuanto participa de la realidad.  La correspondencia del mito con las necesidades de la libido se debe a la correspondencia de la urgencia de participación libidinal con la realidad verídica que el mito representa o interpreta, erróneamente o no.  Si el mito interpreta con mucho error la realidad, el hombre no quedará satisfecho.  Los intentos científicos de interpretación también son mitos; buscan responder a la misma indagación subyacente.  La verdadera historia del testimonio sobrenatural, de donde el mito derivó pervertido, afirmará la presente experiencia que satisfará la necesidad humana.  Y la comunión con el Dios verdadero encajará a plena satisfacción dentro del hombre, proveyéndole para su comunicación con la realidad total y su intelección.  La revelación divina colocará al hombre en armonía con la plenitud de todas las cosas, pues Dios es la razón final real de todas las cosas a quien todo finalmente representa y en quien todo se reúne, y a cuya manifestación tiende la integración de toda la realidad.


Queda hecha, pues, la realidad, el efecto de la evidencia del Ser Divino en quien todo subsiste y de quien y para quien lo es todo. La salud es, pues, la conformidad al propósito eterno de la Deidad.  La terapia es la revelación, la redención y la discipli­na paternal de Dios.  La historia es parte de todo esto.  Solamen­te el objeto preciso complementario satisface realmente cada necesidad.  Diremos, pues, que el objeto complementario final de plena satisfacción total es el Dios verdadero.  La revelación, la redención juntamente con la disciplina impuesta por Dios, corregirá los pasos de la humanidad hacia su pleno sentido.  He allí la razón de la historia.  La energía del sujeto, como realidad, mitiga momentáneamente con la mera representación de la realidad «Tú», al hambre de la ausencia, pero no satisface su real necesidad.  La realidad objeto complementario: sexo, comida, amor, Dios, debe estar presente con toda la evidencia de ser para lograr la definitiva satisfacción.  Soñar que se come, o probar apenas un pasabocas, no satisface.  Masturbación en lugar de cópula perfecta y matrimonial amorosa y dignificante, no satisface.  Fría cortesía en lugar de amistad sincera, no satisface.  Aparentación religiosa en lugar de verdadera comunión con Dios, no satisface.  Sólo la evidencia misma del objeto comple­mentario logra su propósito.  Es por eso que la historia corre de desilusión en desilusión aprendiendo a encontrar su objeto verdadero complementario, el cual es Dios mismo; no era religiosidad, ni economía, ni mero bienestar material.  La pugna entre oriente y occidente durante la llamada guerra fría es un azote disciplinario para volvernos la mirada a la pureza de la revelación traída por Jesús Cristo y confiada al cristianismo del tipo primitivo de Sus apóstoles.

 

21

De la cópula de la psique

La realidad suprema es el significado buscado y es la razón de la existencia.  La realidad suprema no es la suficiencia del «sí mismo», sino que se relaciona con el «de dónde», «cómo», «por qué» y «para qué» vino.  El «sí mismo» no es la respuesta suficiente, pues de otra manera no se formularía la pregunta, sino que se bastaría a sí mismo; pero esto ha demostrado ser imposible.  Una pregunta viva requiere una respuesta vivifican­te.  Es obvio que el derecho que la existencia tiene es relativo.  El derecho absoluto corresponde a Aquel que tiene Esencia Divina y que todo lo sustenta, el cual es Dios.  La dinámica existencial de la psiquis del alma requiere un sustento ajeno a sí.  La puerta de la perturbación psíquica se abre cuando se pretende un apoyo autoxistencial independiente cerrado en sí.


Eso fue lo que aconteció a los primeros padres de la humani­dad en su caída en el Edén.  La nostalgia es esa insatisfacción por lo incompleto del reposo de la existencia creada sobre sí misma y no sobre Dios.  La energía psíquica existencial le ha sido prestada al hombre para que cumpla su servicio dentro de un contexto pleno que rebosa sus límites.  Hay conflictos en el contexto circunstancial por alejamiento de Aquel que tiene Esencia Divina y todo lo sustenta y todo lo reúne, Dios. El hombre se desarrolla con una nostalgia acompañándole, pero la unión con Dios tras la revelación divina es ese derramamiento marital místico que satisface de plenitud de ser a la existencia creada.

Existe, pues, una cópula legítima para la existencia creada, y es con Aquel que le dio a luz, con Dios.  Cópula fraudulenta es la que busca satisfacer al hombre sin Dios y sin su beneplácito, pues sólo Dios mismo puede ser el realizador final.  Tal es el caso del animismo, el espiritismo y la posesión demoníaca, rompecabezas de la psiquiatría, mas pan comido del exorcismo cristiano.

La energía existencial de la persona consta de pensamiento, sentimiento y decisión; razón, emoción y voluntad.  Pero esto no es todo en los casos del hombre; es apenas el granito de arena en la playa, pues además de esto, el hombre tiene espíritu.  El espíritu es el radar metafísico.

 

22

Incipiencia y realización

No podemos identificar las más plenas experiencias de realización del hombre en Dios con la insipiencia fetal sin desarrollo que no tiene conciencia de sí.  La inconciencia en lo incipiente no puede contener al conocimiento pleno derramado en la revelación.  Pero el hombre sí está diseñado para recibir el impacto de la comunión plena con Dios.

 

 


23

Los servicios de la energía de la vida

La energía de la vida está diseñada por su Autor para realizarse cumpliendo varios servicios indirectos dentro de uno directo.  Estos servicios están entrelazados entre sí como estructura dinámica.  Esta energía es, pues, la misma vida que vive para la vida.  Es decir, la vida sirve a la vida, y cada nivel o calidad de vida está diseñado para servir a una vida superior, hasta culminar el servicio de los eslabones de la vida en el derroche supremo o ante el Autor de toda vida, el cual es Dios, el gran Yo Soy que posee vida eterna en sí mismo.  Es así que la vida botánica se sirve de los minerales, y sirve a su vez al reino animal; éste sirve al hombre y el hombre a Dios.  Esto es lo natural, lo real.  También vemos que la vida en su servicio es comunión con la vida, pues el servicio es una comunicación en el derroche de la entrega.  Llamamos derroche al derramamiento por el derramamiento sin esperar recompensa.


El servicio de la vida no es necesariamente una evolución, ni conversión por sublimación, pero sí es dignificada la vida sirviendo en su nivel estático.  Quiere decir que el mineral no necesariamente se convierte en vegetal, pero le sirve, y cuando le sirve se dignifica, hallando en su servicio la razón plena de su ser como mineral, y allí culmina su servicio.  El vegetal, aunque se sirve del mineral, no es un producto de éste, sino que posee su naturaleza propia y como tal existe con un propósito propio, distinto al propósito para el mineral.  El vegetal halla el pleno sentido de su ser como tal, realizándose en el derroche de su entrega en servicio de la vida animal.  Pero el vegetal no evoluciona en animal aunque le sirve, sino que el animal recibe el servicio desde una naturaleza que ya le es propia y distintiva de su nivel recibida genéticamente conforme al diseño del Autor que le otorgó su estructura y función a cada género de vida.  Es, pues, la superioridad innata de la naturaleza superior la que se sirve de los dones de naturaleza inferior puestos a su servicio.  Aunque la autoridad también presta su servicio propio en relación a las naturalezas inferiores, no son los dones inferiores los que diseñan al que sirven de nivel superior, pues no tienen propiedades ni facultades diseñadoras en su naturaleza innata que puedan diseñar algo superior a sí mismos.  Así también el animal sirve al hombre, pero no lo hace.  No tiene el animal nada en su naturaleza para diseñar un hombre, pero le sirve porque fue el mismo así diseñado, para servir.  El hombre también se descubre diseñado para servir a la Deidad; y esto es lo normal y natural; es la historia de los pueblos.  La energía de la vida en el hombre está, pues, diseñada para servirse de la vida botánica y animal, también de la energía mineral y física, pero a su vez él se siente naturalmente inclinado a adorar a un Ser Superior.  La exquisitez de este servicio, haciéndose cada vez mejor, es el sentido del hombre.


En todas las edades los hombres han hallado normalmente el sentido de su vida en el servicio a la Deidad.  Hallar el servicio más perfecto y agradable es el fin último del hombre.  Es lo que debe buscar encaminado al Dios verdadero.  Todas las energías de la vida en el hombre tienen también un servicio al hombre, que es servicio indirecto a Dios.  Y el hombre, como eje de todas las energías de que se sirve, debe enfocarlas en servicio directo de adoración y obediencia a Dios.  Hay, pues, en la vida del hombre energías que se realizan ejecutando funciones para el hombre como servicio indirecto a los propósitos de Dios.  La adoración integral es servicio directo en la convergencia de las energías humanas según la suma de su naturaleza propia.  Así la energía de la vida en el hombre sirve a las funciones de supervivencia, autodefensa, reproducción, etc., como servicio indirecto a Dios, realizando en el ser íntegro del hombre lo que sea menester para que éste sintetice la plenitud de su vivencia en el servicio directo e íntegro a Dios y Su propósito.  Si el hombre vive, se sustenta, se conserva y se reproduce, es para disponerse en el proceso sintetizador de las energías, a adorar y servir al Creador Supremo y derramarse a sí mismo en este servicio supremo, que es su fin último.  El hombre, pues, no debe comer y beber para sí, sino para Dios; defenderse y guardarse para Dios; reproducirse para Dios y hacerlo todo delante de Dios y para Dios.  Todas sus energías se mueven dentro de una estructura dinámica diseñada para este fin.  La enfermedad y la muerte son, pues, la destrucción del servicio de la vida.  Cuando la vida no sirve a la vida, muere; cuando sirve, se dignifica y se perpetúa; se hace así digna del cuidado de los seres superiores; éstos también sirven en amor a quienes les sirven, formándose así una cibernética de armonía total.

Al hablar de dignificación es entonces cuando encontramos esa función que al ser observada fue interpretada como sublimación.  Pero decimos aquí que cualquier clase de servicio de la energía de la vida en el hombre, es ya sublime de por sí en su propia naturaleza y propósito.  No se trata, pues, de la conversión de una energía en otra, sino del servicio íntegro de la función homínida.  La función homínida, es decir, la función integral del hombre, que es simplemente ser hombre en el sentido pleno de su ser, para Dios; para lo cual existe la revelación antropológica de parte de Dios.  No se trata de una energía sublimada, sino que cada función es propia en sí misma y no diseña nada, aunque sirve en relación con el todo de las partes del hombre.  Cada función sirve relacionada con las demás en su naturaleza propia.  La síntesis de las funciones no es resultado de sublimación, sino que es ya sublime de por sí en su diseño.  El diseño canaliza la síntesis en su servicio que le es propio. Las energías no se subliman haciendo por sí mismas una síntesis, y la síntesis no inventa su propio propósito y servicio, sino que en forma natural, es decir, ya sublime de por sí, la estructura integral del hombre fue diseñada para servir a su Autor.  El Autor preparó el diseño, y el diseño preparó el servicio, y el servicio utilizó la síntesis, y la síntesis confederó las energías; las energías estuvieron puestas allí, ya listas para un plan preconcebido.  No crearon, pues, las energías al servicio como si se tratara de una sublimación, sino que la realidad externa de la necesidad del servicio llamó a comparecer las energías ya sublimes, es decir, listas y naturales de por sí.


La desnaturalización es, pues, el principio de la muerte.  Si el instinto es natural, lo es también la moral.  Ambos tienen su función propia y sublime de por sí.  Aunque hoy por hoy, después de la caída del Edén, el misterio del pecado corroe la realización humana. Las energías entre sí acceden a ayudarse, comunicarse unas a otras, servirse mutuamente y directamente entre sí, en el servicio, diríamos, indirecto a los propósitos del Creador, del Autor del diseño.  Diversas porciones de la energía de la vida, sublime de por sí, se reparten en la estructura del hombre, sublime también de por sí, para llevar a cabo funciones sublimes de por sí.  En el uso de las energías, teniendo estas medidas, se reparten, transfieren, sublimes de por sí.  La energía transferida no se sublima diseñando el servicio, ni creando el objeto al que sirve, sino que por causa de la realidad misma del objeto al que sirve, realiza una función de transferencia sublime de por sí.  Resumimos, pues, diciendo que el impulso primario del hombre es su propia hominidad integral.

 

24

Una función de la imago


La imaginación y la representación de las cosas en la imago tiene la función de preparar al individuo para entrar en contacto con la realidad; dispone el campo de contacto.  La imago no es la realidad misma, como diría el idealista, pero la representa para despertar la reacción que se acomode a la realidad.  Es esta una función indispensable que tiende a asegurar la comunión.  El contacto con la realidad misma irá perfeccionando la representación en la imago. El concepto de idea, o de imagen, evidencia la diferenciación que hace el sentido común entre la realidad y su mera representación. Por ejemplo, en la relación sexual se prepara la circunstancia para el acto real por medio de sugerencias, memorias, pensamientos, inducciones que penetran la imaginación; entonces la representación tiene la función de preparar al ser para la comunión con la realidad.  Siendo esta la función de la imago, preparar, enfocar, ajustar, ensayar, probar, se desprende de esta declaración el hecho de que la representa­ción es variable en la imago, sin que necesariamente varíe la realidad misma.  La imago madura o degenera.  Si madura, el encuentro con la realidad será satisfactorio; si degenera, no habrá contacto placentero.  La realidad material y espiritual, el cosmos visible y el invisible que trasciende nuestros sentidos hasta la imago, despierta la reacción a través de ella, preparando el campo para el hecho real.  Y así como mencionamos el ejemplo del sexo, igualmente acontece con el sentido afectivo, si observamos el contenido de los ensueños durante el noviazgo, por ejemplo.

Lo mismo ocurre en el caso del temor.  La representación de la realidad, sin ser ella misma, prepara el encuentro con la realidad. La imago es, pues, el anticipo reflejo de la realidad.  Tal reflejo no siempre es fiel, pero puede ser corregido por el peso de la realidad evidente en el desarrollo normal.  Asimismo el sentimiento religioso llega a ser encaminado tras el encuentro con la revelación divina que enfrenta al ser con la realidad sobrenatural.  La imago, pues, tiene la función de preparar al ser para su comunión con la realidad; es también, por otra parte, el amortiguador.  Siendo esta una función de la imago, preparar, se reconoce, pues, la gama o margen de enfoque y adaptación progresiva.  La realidad presenta un testimonio que engendra una representación en la imago con el fin de preparar nuestro encuentro con la fuente de ese testimonio.  La realidad física material y aun la biológica, también anuncia en forma tipológica la presencia de la realidad metafísica y eterna, que a su vez revela sus propias evidencias en el terreno del conocimiento y experiencias religiosos.


Tal testimonio forja en la imago la representación que prepara el encuentro con esa realidad suprema, la cual es Dios.  La vivencia de recibir el anuncio, despierta el interrogante; el interrogante prepara la búsqueda; la búsqueda dispone el campo enfocando con la imago a la realidad, y la revelación declara la realidad.  La energía limitada del arquetipo en la imago, es apenas un canal de contacto, no un verdadero sostén.  La urgencia de la necesidad indaga hasta hallar la realidad misma detrás de su representación.  Si la realidad falta, la existencia sucumbe.  La existencia comenzada como ser creado tiende a desarrollarse en realización hacia el encuentro con la realidad suprema, donde hallará la razón de su ser, pues la existencia fue llamada a la realidad y debe hallar la plenitud de su sentido.  Ese es el impulso primario.  Existió porque fue llamada para algo.  La energía del ser se encaminará hacia ese foco central.  Por esa causa los hombres se preguntan por la verdad y se entregan a la tarea del conocimiento y la experiencia por diversos caminos distintos tan sólo en apariencia: la ciencia, la filosofía, la mística.  Durante su recorrido, la imago de la realidad suprema madurará encaminando la historia, preparan­do a través de la prueba de los valores, el encuentro con la realidad más inefable, en el caso de que el enfoque halle resultado apropiado.  El dolor y la felicidad servirán de indica­dores en las consecuencias, debido a la estructura unitaria del todo; serán el lenguaje de aprobación o reprobación.  La imago se proyecta a lo supremo preparando el descubrimiento de lo absoluto.  El glorioso retorno del Señor Jesús Cristo preñará con la realidad suprema la matriz de la humanidad anhelante, dando a luz un reino eterno de inmortalidad y perfección.  La repre­sentación incompleta e imperfecta en la imago, muchas veces despierta reacciones prematuras e inmaduras; pero todo esto tiene el sentido del aprendizaje.  El aprendizaje vivencial es parte de la preparación; asimismo la revelación que progresiva­mente ha culminado en la plenitud de Cristo.

 

25

Recepción de la vida


La vida es la expresión en que va canalizada la dádiva que proviene de la Fuente Creadora.  La vida no es, pues, propia; es decir, no es su propia dueña.  En la hora de la muerte se descubre que no podemos retenerla como propia.  Ella es el don de una Mano Creadora y solamente se sustenta de la energía recibida.  Su energía es, pues, recibida y no propia.  El acto de recibir la vida su energía prestada, la convierte en expresión.  La vida es, pues, una expresión que anuncia una Fuente Creadora, motriz y autoexistente: Dios.  El ser la vida una expresión que anuncia, la convierte en canal de lo que anuncia.  El hombre es fundamentalmente un canal de Dios.  El diseño de su estructura está dotado para canalizar adecuadamente una expresión de Dios; es decir, para dar a través suyo impresiones de Dios.  La intimidad secreta, profunda y generalmente oculta, el espíritu, es la raíz vitalizada, la boca receptora del canal por donde penetra ahora otra energía recibida, la del mismo Espíritu de Dios. El Espíritu de Dios es la dádiva de la Fuente Creadora que vivifica el canal humano del espíritu humano.  La dádiva revela al Creador Dador; es decir, es la substancia que Le expresa, y a Su voluntad, configurándose a su vez en el interior del hombre que le canaliza conformando Su propia imagen.

El hombre está, pues, fundamentalmente diseñado para ser una imagen de la Fuente Creadora que se participa a sí misma como dádiva, configurando la imagen de sí misma en aquello que crea como canal de sí.  La imagen de Dios en la intimidad secreta, en el espíritu humano, es, pues, el canal o vehículo por donde se inyecta la energía del Espíritu Divino.  La imagen de Dios es el canal del principio vital.  La plenitud de la energía divina y dádiva que se canaliza y cabalga sobre las energías prestadas humanas, forma la perfecta imagen de Dios, puesto que no es tan sólo energía divina, sino también personalidad divina.  En lo metafísico, la imagen de Dios es el Hijo de Dios, que en la historia es Jesús Cristo, el Verbo encarnado.  Dios, pues, genera la energía, pero es mejor decir: exhala Su propio Espíritu personal y eterno, el cual hinche de plenitud a la imagen que es Su canal, que ahora henchida de la plenitud recibida se conforma a la imagen que es la expresión que comunica a manera de canal desde la intimidad secreta del espíritu humano, a la mismísima Fuente generatriz de toda energía vital.  La imagen está, pues, diseñada para relacionar la Fuente con el resto de la estructura receptiva, de manera que ésta participe y exprese de la dádiva que a su vez revela, y es el Creador y Dador.



[1]Referencia a las palabras de Dios por el profeta Ezequiel 18:4,20.

[2]Alusión a Apocalipsis 20:12-15; 2:11.

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