CAPITULO 2

 

LA PASION NECESARIA Y LA SINTESIS DE COMPLEMENTOS

 

El "ser para si" del existencialismo es una pretensión cuya acción a priori" e "in-moral" es motivada en la ignorancia volunta­ria de la Causa del "ser en si". La superiori­dad supuesta en el existencialismo de la exis­tencia sobre la esencia en el "ser para si", es una ilusión, puesto que el "ser para si" debe primero sostenerse en el "ser en sí". La exis­tencia recibe de la esencia el "ser en sí", y este conlleva "en sí", en forma inherente, su propio "para qué". La angustia evidencia la inherencia del "para qué" en el "ser en sí"; de modo que diferenciar ónticamente el "ser en si" y el "ser para si" es una ignorancia del esencialismo del propósito, el cual es evidente de por sí, de la misma manera que resulta evi­dente el "ser en si". Tal ignorancia voluntaria es un robo que enajena a la misma existencia del "ser en si", el cual no puede garantizarse la autoposesión absoluta ante el peso de la contingencia frente al todo. Diferenciar ónticamente el "ser en sí" del "ser para si" es una triquinuela astuta, un intento de evasión. El "ser para sí" es por lo tanto inmoral, injusto e incoherente. La autoposesión del "ser para sI" es una posesión ilusoria y temporal que conlle­va su propia auto destrucción. La libertad no consiste en el absurdo del "ser para sino en la realización plena del "ser en sí" que ya conlleva su "para qué" en forma inherente. La razón de esto es porque el "ser" precede a la "libertad". No hay libertad sin ser. La li­bertad no escoge al ser sino apenas una mo­dalidad de este, realizadora o enajenante. Pre­tender que la libertad escoge "ser en sí" para poder "ser para si", es una ilusión, un cast­illo en el aire. Más bien diremos que al ser se le dio libertad para perpetuarse aceptándose tal como es "en si" incluido su "para qué"; o autodestruyéndose con la negación y ena­jenación de su "ser en sí" evidente y óntica­mente inmutable. Los cambios y modos que afectan la forma del ser, no afectan su esen­cia, pues solo son posibles los cambios y mo­dos que la esencia misma ha determinado. No puedo convertirme en árbol aunque quie­ra. La esencia, pues, se enseñorea sobre la forma y la forma obedece a la esencia. Esto, de las creaturas, pues el Creador es Dios y la creatura no se crea a sí misma. El ser no se hace; se descubre.

 

La verdadera dignidad del hombre es la esencia que protesta contra la pretensión de

la existencia que intenta rebajar su cualidad inherente. No aceptaremos el trato de anima­les ni aunque nos lo demos nosotros mismos. La desorientación de la existencia y su náu­sea acompañante es la sentencia irrevocable contra el delirio existencialista. Nuestra hombridad es esencial y no existencial, en todos sus recodos. La libertad humana sim­plemente reposa en el océano esencial. Su destino es perpetuarse descubriendo y acep­tando con gratitud su "para qué", y accionar su libertad en la realización de su asentimien­to a la invitación del ser. Tal invitación es lla­mado de la esencia, y por ella, de la Causa di­vina del "ser en sí", y no debe ser presun­ción de la existencia. Cuando la existencia presume, se alista a despertar de su delirio enfrentándose a la enajenación, el absurdo y el abismo. Tal encarar la carcoma del agujero de su ser es el vértigo de la existencia, la caí­da en el abismo. De allí la pasión inútil del humanismo existencialista.

 

El "para que" del "ser en sí" se eviden­cia en la utilidad, la urgencia, la necesidad, la exigencia y la unidad del ser dentro del con­texto total de la realidad. El amor es pues lo contrario del "para sí". El amor eterno es el "para que" del "ser en sí". El amor eterno es el matrimonio propuesto por la esencia reci­bida a su propia existencia; aceptarse tal cual se es y aceptar a Dios. Es el abrazo del hombre y Dios, propuesto por el Altísimo, la pa­sión necesaria, la vindicación del sentido eterno del ser, si le responde afirmativamen­te a Dios. El humanismo teísta, o más bien, el teísmo humanitario del cristianismo, es la respuesta y la exigencia esencial de la digni­dad humana; es por lo tanto "la pasión nece­saria", alternativa más excelente a la "inutili­dad" de la pasión del humanismo existencia­lista.

La "contingencia fundamental" de la existencia, evidente de por sí, honestamente reconocida, marcha a la vanguardia de los enemigos implacables del ateísmo existencia­lista. El "ser necesario" sigue siendo pues la piedra fundamental de la dignidad humana. La "inutilidad" de la pasión existencialista es pues el gran baldón de execrable desprecio que se vierte contra la dignidad del hombre. Su dignidad es inherente a la hombridad esencial. La dignidad no es la "inutilidad" del "para sí", sino el lugar eterno del ser, su realización plena y satisfactoria. La satisfac­ción eterna es la exigencia natural de la dig­nidad humana, y la halla en el cumplimiento del propósito esencial. La vivencia de una "razón de ser" eterna es la copula de la dig­nidad. La dignidad máxima es ser aceptado para siempre en Dios. Y esto reside en la vida en virtud de Cristo, complacencia declarada del Padre.

 

El existencialismo carece del discerni­miento del propósito divino; se ha hecho an­te sí mismo huérfano al convertirse en parri­cida de las evidencias objetivas del Espíritu del Ser Divino, contactadas vivencialmente en el espíritu de los seres humanos. Quienes conocemos a Dios, lo conocemos directa­mente, sin necesidad de reflejos indirectos; aunque la realidad divina también destella esos reflejos indirectos. Pero a Dios le cono­cemos tan directamente como conocemos nuestra propia existencia y la existencia del universo. Simplemente declaro que para los conocedores de Dios, éste se ha revelado a sí mismo tan directamente que no necesita ex­plicar su existencia, puesto que ésta se ha ex­plicado a sí misma tan evidentemente que no hace falta inferirla abstractamente, sino que es vivida realmente. He allí la experiencia de que adolece el post-tomismo, y esa es la falta que le ha hecho deslizarse al existencialismo. El post- tomismo se deslizó de la validez de la experiencia religiosa hacia la mera inferen­cia filosófica, abstracta y huérfana de las evi­dencias directas. No necesitamos probar a Dios; El dice por sí mismo: Aquí estoy yo. Cuando El dice así, entonces nuestro sentido le conoce. ¿Habías tornado en serio ese sen­tido?. La definición de una cosa es su propia evidencia.

 

¿Qué es pues entonces la mentira? es ese necio pensamiento ilógico de la existen­cia que se pretende propia en sus pensamien­tos y sentimientos. Esa petulante e imagina­da independencia existencialista, diseminada en las diversas fases de la cultura, no es más que la tristemente burda manifestación de la inmadurez del hombre, su adolescencia. Al racionalismo le engañó el sentimiento de au­tosuficiencia. No obstante, su humanismo es el disfraz de una nostalgia del paraíso. La ra­zón se hace irracional cuando no cuenta con la revelación. El conocimiento empírico solo se hace posible gracias a modos de realidad predispuestos antes de la experiencia y del conocimiento. Tales modos de realidad se hayan diseñados según principios que por afectar la realidad, son ellos mismos reales. Tales principios reales evidencian una causa­lidad final o teleológica, y por lo tanto supo­nen un sujeto dueño de los principios tales, el cual es Dios. Aun la disposición de la es­tructura humana para el juicio estético está diseñada para el goce de la realidad en si. Después de conocer la realidad, entonces se goza y se posee. Es por eso que, debido a la estructura subyacente, lo que es del hombre lo entiende el hombre; si no es una locura, basta el sentido común. No por ser psicólogo se es más que hombre. Ni por ser meramente hombre necesariamente se es menos psicólo­go. Se ha señalado ya la profunda psicología de los grandes literatos. Sin embargo toda existencia lleva sobre si el sello de la contin­gencia fundamental.

 

Toda creatura trae de hecho una condi­ción inmutable e inherente por causa de la realidad. Si, toda creatura trae esa condición inherente que es como el sello inviolable de la suprema realidad. Y he aquí la condición inherente a toda creatura: Su deuda y obligación; su pertenencia a su Creador. Aunque trate de escaparse, esconderse y escabullirse, toda creatura, tarde o temprano, encontrará sobre sus lomos la marca del sello inexorable de la suprema realidad que es la Soberanía Divina. Y verá la creatura que para siempre es deudora. Su deuda y obligación para con Dios es inherente y permanente dentro de su condición de creatura. Es el peso de la reali­dad que doblará nuestras rodillas y constreñirá boca a confesar a Dios. Contin­gencia, angustia y tormento moral son las ci­catrices de la herida impresa por la realidad que hay que acatar: Dios es Dios, y nosotros para El. Quien se resista delirará hasta la des­trucción. Morirá arrastrado por el alud de lo que es inexorable, ineludible e inevitable. La estructura subyacente de complementaridad en base a la cual es posible todo tipo de sín­tesis dentro de la realidad, es una evidencia que derriba la dialéctica del materialismo.

La supuesta ley de los contrarios u opuestos dentro de la razón dialéctica es una ilusión o engaño. Dícese que al enfrentar a la tesis, la antítesis, resultará la síntesis. Pero qué es en realidad la síntesis misma?, ,no es acaso la demostración de que no había tal oposición o contrariedad? pues la síntesis se efectúa en virtud de la complementaridad. Y lo complementario no es necesariamente opuesto o contrario. La razón dialéctica re­sulta ser pues, no el canal ni el motor de la síntesis, sino el obstáculo de inmadurez que hay que remover para llegar a la síntesis o al descubrimiento de lo que ya era posible gra­cias a la estructura subyacente de comple­mentaridad. La síntesis es el descubrimiento de los complementos, el fiscal de la ilusión. No merece llamarse por la categoría de opuesto o contrario a lo que es meramente complementario o suplementario. La síntesis ocurre dentro de la categoría de los comple­mentos y no dentro de la de los opuestos.

 

La razón dialéctica adolece pues de in­madurez. Al penetrarse en el proceso dialéc­tico para sondear la pista del descubrimiento para la síntesis, la dialéctica resulta no ser tal, sino que se presenta más bien como mayéuti­ca socrática. Es decir, deja en entre vista la ilusión de su apariencia. La mayéutica Socrá­tica lleva a la síntesis por los complementos poniendo en evidencia la unidad de la estruc­tura subyacente de complementaridad debi­do a la cual fue posible la síntesis. La estruc­tura ya era real y permanecía latente durante la ignorancia en el periodo de la pre-síntesis. El período de la pre-síntesis no trabaja como una ley sino como una ilusión. El descubri­miento de lo complementario desvanece la ilusión de la ley de los opuestos. Lo que hace es revelar la estructura subyacente.

 

Claro está que no nos vamos tampoco al extremo platónico de la preexistencia de las almas, ni decimos que lo que hacemos al comprender es recordar lo previamente co­nocido en el llamado mundo de las ideas; pe­ro si queremos decir que en virtud de la Inte­ligencia del Diseñador el diseño total es uni­tario y por lo cual las partes son complemen­tarias además de diseñadas según el propó sito del Estructurador. Es al ver esta estruc­tura subyacente de complementaridad que vemos la superioridad del amor cristiano so­bre la lucha de clases marxista. Bajo el mate­rialismo dialéctico subyace más bien una re­ligión panteísta y dualista. Una vez desecha­do el Dios trascendente por un ánimo malig­no, se sustituye el todo creado y contingente por el dios panteísta, el cual lógicamente, al ser confundido con las cosas, descubre en si el bien y el mal, a los cuales acepta como substancia eterna. Con lo cual se llega a equi­parar en el dualismo lo malo a lo bueno. Es entonces cuando la barrera moral pierde ra­zón de ser en vista de la igualdad de los opuestos. Aquel ánimo maligno inicial que

desechó al Dios trascendente entonces se Lan­za por fin definitivamente en la amoralidad y en la depravación de los instintos enarbolan­do la violencia y construyendo así el reino de las tinieblas, cuya espada, la de su rey, de­cía haber recibido Marx. Es la fiesta &ellé­tica del caos que esperaba Nietzsche y que perseguía el Oulanem marxista. Y ¿cuál es el derrotero del existencialismo? Continuar la prole de la serpiente.

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